HELENA
PÉREZ FELIPE
Periodista
y natural de Santa Cruz de Tenerife (Islas Canarias), España.
Después de 10 años de dedicación a la profesión periodística,
decidió abandonarla y comenzar una nueva etapa, contando entonces
con 36 años. Dejó su lugar de nacimiento para emprender una nueva
aventura en Galicia, comunidad a la que llegó con su coche, su perro
y sus ganas de empezar de nuevo. Tras cuatro duros años y por
motivos de supervivencia económica ha vuelto a su tierra natal y
retomado la carrera que nunca llegó a abandonar, aunque ahora
prefiere decirse comunicadora más que periodista. En un momento en
el que el término de moda es “reinvención”, ella la afronta con
un único objetivo: sentirse bien haciendo lo que haga y siempre
desde la visión interior. A partir de los cuarenta publica hoy un texto de esta comunicadora que inicia una nueva etapa llena de proyectos
¿Se
puede llegar a los cuarenta años sin desarrollar tu misión de vida?
Sí, al menos ese es mi caso. Y cuando eso ocurre, una mujer sabia y
amiga dice que “el alma es infeliz”. Añade: “el cielo no
permitirá que se obstaculice la creatividad”. Habla de mi
creatividad, al parecer, la cual lucha por darse a conocer en la
vertiente literaria desde muy pequeña. Curiosamente, después de
disfrutar de la sabiduría y amorosa presencia de esta amiga, tenía
previsto acudir a la conferencia de otra mujer, amiga también, para
oírla hablar del poder de la palabra escrita. A ella le escucho
decir: “somos lo que escribimos y escribimos lo que somos”. Dos
horas después aquí estoy, intentando ser a través de lo que he
venido hacer, escribiendo. Sé, fehacientemente, que nada ocurre por
casualidad, así que atribuyo a estas dos experiencias de esta tarde
de enero el hecho de que estés leyendo estas líneas en el blog de
otra mujer sabia y amiga (qué afortunada me ha hecho el universo a
este respecto).
En
tiempos en los que continuamente oigo que hay que reinventarse,
reflexiono sobre mi reinvención y después de mucho pensar cómo
hacerlo caigo en la cuenta que esa, mi reinvención, pasa por volver
al origen, a lo que estaba marcado para mi nada más nacer, mi misión
de vida: crear. Claro que tener que llegar a los cuarenta para
entender esto es, por decirlo suavemente, “de juzgado de guardia”.
Tengo que ser precisa. Señales de lo que debía ser y hacer ha
habido siempre. Con siete años me escondía en casa de mi abuela
para leer las novelas de su sencilla colección y en el “pollo”
de su cocina escribí mis primeros cuentos. Con diez años apuntaba
en pequeñas libretas lo que había sido mi día y con 12 me llevaba
todos los premios de redacción de mi clase. Me costó elegir carrera
universitaria, no crean, pero me decidí por el periodismo porque
“era una forma de escribir”. Así se lo dije a una de las
profesoras que nos preguntó la primera semana de clase por qué
estábamos allí. Desde entonces he escrito, sí, y mucho, pero
parece que no lo que debía porque “mi alma es infeliz”. De
hecho, he estado perdida mucho tiempo. He dejado mi casa y he vuelto,
he dejado el periodismo y he vuelto, he dejado el corazón en el
camino y he vuelto a recogerlo…, pero, aquí estoy, dando a conocer
públicamente un escrito hecho desde el sentimiento y la emoción, no
un escrito puramente informativo como hasta ahora. Con más de
cuarenta creo que empiezo a desarrollar mi misión de vida. Y como le
digo a una de las fundadoras de este blog “aún tengo media vida
por delante”, porque hoy en día haber vivido cuarenta años es
haber vivido solo la mitad y hay tanto que insuflarle a la otra
mitad. ¿No crees?
Crear. Escribir. Esa creatividad desarrollada desenvoca, inevitablemente, en una identidad asumida que transforma la visión de mundo. La acción que implica escribir, si se realiza en un marco de libertad, finalmente obliga al “darse cuenta” que nos describe la autora. Cuando el que escribe tiene, simbólicamente, al “otro” enfrente ese proceso “dialógico” es auténticamente un acto de trascendencia. No importan, entonces, los años. Crear. Escribir.
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